jueves, mayo 19, 2011

¿Y la Caneca?


"Está en casa, rodeada de comodidades".
¿Quien es la Caneca? pregunte intrigado por saber a quien se referían.
¡El amor más fiel que he tenido en mi vida!
Pero, ¿vive usted con alguna mujer, Pito Pérez?
Desde que me la rapte, hace tiempo, del hospital de Zamora.
La tenían encerrada en un cuarto contiguo a la administración. Una sola vez la vi, pero esa basto para que decidiera llevármela, y así lo hice.

La víspera de mi salida logre sacarla de su escondite y dormir con ella, en la misma cama, contando, claro está, con la complicidad de los demás enfermos. Al amanecer abandone el hospital en su compañía, sin que el velador se diera cuenta.

Hicimos el camino hasta Uruapan, y atravesamos la sierra de Purepero, durmiendo en los montes, pues me parecía peligroso entrar con ella en los poblados, porque la suspicacia de las gentes me habría ocasionado

Contratiempos. ¡Con cuanto sigilo tuve que caminar y que larga me pareció esta travesía!
Poco falto para que se desmayara un peón, que me miro pasar por un potrero, cuando ya había obscurecido.

En Uruapan fui a hospedarme con un amigote, pero su mujer puso el grito en el cielo al enterarse de que yo entraba en su casa muy acompañado, y con lágrimas y aspavientos, pidió a su marido que nos echara. Ella decía que era un gran pecado permitir que nos guareciéramos bajo su techo, y mi amigo no pudo convencerla de que aquello carecía de importancia. ¡Supersticiones de gente ignorante!

Vinimos, por fin a dar a Morelia, en tren, y para substraerla de miradas indiscretas, tuve que acomodarla dentro de un "chiquigüite", en el que ¡la pobre! sufrió mucho y lastimose de todas las coyunturas; pero con mis conocimientos anatómicos y con mi amorosa solicitud pronto logre dejarla restablecida.

Ahora vivo con ella, muy a gusto; me espera en casa con mucha sumisión, teniendo siempre una copa en la mano; duerme junto de mí, digo mal, vela mi sueño, jamás cierra los ojos, en cuyo fondo anidan todas las ternuras.

"¡La Caneca no es gorda, ni seca, ni come manteca!"
Bueno, Pito Pérez, pero ¿de quién se trata? Tanto misterio para viajar con una mujer y tanta virtud en ella, me parecen incomprensibles.

¡Pues de quien se ha de tratar! Del esqueleto de una mujer, armado cuidadosamente por el médico de Zamora y utilizado por los practicantes del hospital para estudiar anatomía.

¡Qué bárbaro! ¿No siente usted miedo al acostarse con un esqueleto? Miedo, ¿y por qué? ¿No somos nosotros esqueletos más repugnantes, forrados de carne podrida? Y sabiéndolo, buscamos el contacto de las mujeres. La mía no padece flujos, ni huele mal, ni exige cosa alguna para su atavió. No es coqueta, ni parlanchina, ni rezandera, ni caprichosa. Muy al contrario, es un dechado de virtudes. ¡Que suerte tuve al encontrármela!

Aquí esta su fotografía, conozca usted a la señora de Pito Pérez, colgada de su brazo; admire sus grandes ojos, sus dientes blancos, y fíjese que sobre su corazón lleva atado un ramito de azahares, como el que llevo yo prendido en la solapa de mi levita. La Epístola de San Pablo dice que el matrimonio acaba con la muerte; el mío ha comenzado con ella, y durara por toda la eternidad.

¡Está usted loco de remate, Pito Pérez!

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